20 de febrero de 2009



Esta mañana, mientras me estaba preparando el café, no me di cuenta y se me cayó el corazón al fregadero. Estaba enjuagando la cafetera y ¡zás! Un desastre, porque había platos sucios de la noche anterior y se me ha puesto perdido. La verdad es que al levantarme había notado más molestias de lo habitual, pero no llegué a pensar que acabaría por caerse. Lo he limpiado como he podido, intentando aguantar el asco, la repugnancia que me provocaba la visión de esa carne violácea, viscosa, gelatinosa, que era parte de mí, que había sido parte de mí y que esta mañana había decidido emanciparse. Como los dientes de leche. Como la inocencia.

Lo he secado, cuidadosamente. Pero entonces he visto que estaba demasiado frío. Así es que lo he metido unos segundos en el microondas, para que recuperase un poco de calor, junto con la leche para el café. Dice Mrs Rexi que en las instrucciones del microondas dice que no se puede poner leche a calentar. Pero entonces, ¿para qué se compra la gente un microondas? ¿Y corazones? Al parecer, sí, porque en el librillo no decía nada. Al sacarlo, he visto que seguía teniendo un color sospechoso. Como de carne que empieza a pudrirse. Como cuando te olvidas de que tienes algo en la nevera y pasan los días y los días.

No sé qué hacer. No creo que a nadie le sobre por ahí uno. Tal y como está la vida de cara, es como para ir regalando las cosas. He pensado en poner un poquito en un bote, como hago con el kéfir, y cubrirlo de agua con azúcar y un pquito de sal, a ver si vuelve a activarse y crece y se reproduce, y entonces podré tener un par o tres de respuesto. De momento, y hasta que no encuentre una solución, lo he envuelto en albal y lo he metido en el congelador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Canción para derribar los recuerdos...

http://www.youtube.com/watch?v=ORSVChd7MZU