7 de julio de 2010

El diente fugitivo



Érase una vez que era una niña, C, con un diente fugitivo. C estaba un poco harta de aquel diente que a traición mordía todo lo que podía. Un trozo de sandía, ¡zas! Un calcetín. ¡Ñasca! Una goma de nata de borrar, ¡fr fr fr! Un lápiz, ¡crunch crunch! El brazo a un compañero, en clase. ¡aaaaaaiiiii!

-¡Castigada!
-Pero señu, ¡que yo no he sido!

Y C tenía que pasarse un buen rato contra la pared por culpa de aquel diente rebelde.

C muchas veces hablaba con él: ¿No ves que no puedes morder a tu antojo? Está feo pegarle un bocado a un niño. Tienes que esperarte a que yo te lo diga. Pero el diente, ni le contestaba. Y claro, así, ¿qué iba a hacer?

Un día C, harta de las travesuras de su diente peleón, decidió ponerse esparadrapo en la boca. Si la mantenía bien cerradita, seguro que no podría hacer de las suyas. Así es que se situó delante del espejo, cogió el esparadrapo y... ¡no había manera de cerrar la boca! Era como si alguien la estuviera agarrando de las dos mandíbulas y no la dejara mover la boca. C se asustó mucho. Y si a partir de ahora siempre iba a tener que ir con la boca abierta, dando mordiscos a diestro y siniestro? La confundirían con un drácula. Nadie querría estar cerca. Mordisquearía los muebles, los platos, los edificios, los semáforos. La ciudad entera estaría llena de las pequeñas marcas que dejaba a su paso el diente de C.

C lloraba y lloraba. Y entonces se dio cuenta de que podía cerrar la boca. El diente travieso se había dormido. Entonces C raúda y veloz se puso esparadrapo en la boca. ¡Zas y zas! Así ya no podía escaparse.

Y pasaron los días, y C caminaba contenta por calle. Iba al cole. y ya no la castigaban. Había dejado de morder. pero un buen día C se cansó de estar callada, de no poder hablar con nadie, ni comerse un bocata, ni darle un beso a su madre. Así es que muy bajito, le dijo a su diente en fuga: te voy a dejar ir, pero me tienes que prometer que te vas a quedar quieto. Tiró despacito del esparadrapo y el diente, muy triste, le dijo que se iba a portar bien. E hicieron un trato: él no mordía a los otros niños y ella le daba de vez en cuando cosas ricas para morder. Como lápices de colores. Quicos. Esponjas. Peta zetas. Melón. Y esa es la razón por la que C tiene un diente en fuga. Echao palante. Que a veces se le olvida que tiene que ser bueno y la sonroja dándole un bocado a alguien cuando menos se lo espera.

Colorín colorado, este cuento... ¡se ha mordisqueado!